lunes, 8 de marzo de 2010

Dónde está la izquierda?

Por Vicente Battista



A comienzos de los años ’90, Francis Fukuyama publicó en The National Interest “El fin de la historia”, una nota en la que tenazmente afirmaba que tras el final de la Guerra Fría, y luego de la caída del socialismo real, los seres humanos íbamos a satisfacer nuestras necesidades a través de la libre economía de mercado, ya que, insistía, “la democracia liberal es el único sistema político con algún tipo de dinamismo”, y, llevado por el entusiasmo, vaticinaba que el Estado tendría una mínima injerencia, mientras que el capital privado se movería con absoluta libertad. Las ideologías iban a ser reemplazadas por la economía y los conceptos de izquierda y derecha se convertirían en cosa del pasado. Un vasto número de acólitos de Fukuyama profirieron grititos de triunfo. No obstante, la propia historia se ocupó de demostrar que de ninguna manera había terminado. El derrumbe de la propuesta neoliberal, la hecatombe política y económica que eso significó en el mundo entero, puso fin a la hipótesis del entusiasta politólogo e hizo que El Capital, de Carlos Marx, fuera best-seller durante algunos meses. El Estado no interviniente tuvo que intervenir y una vez más sacó las papas del fuego. Las nefastas consecuencias del modelo liberal aún perduran, pero esto no parece amedrentar a sus fervientes partidarios: nuevamente levantan sus banderas, las agitan con vehemencia. Por estas tierras son los que configuran ese dislate que recibe el nombre de “La Oposición”.
La derecha no abunda en figuras heroicas. Poco tiene de épico Augusto Pinochet compungido en silla de ruedas, simulando una enfermedad inexistente. Supongo que los compinches del general golpista hubiesen preferido verlo altivo y orgulloso, con su colección de medallas sobre el pecho, pero la foto que recorrió el mundo mostraba a un anciano miserable, implorando compasión en cada uno de sus gestos. Esa era la verdad y frente a esa verdad no es fácil declararse de derecha. Acaso por eso ahora eligen ser de “centroderecha”, como si el hecho de estar en el centro los hiciera menos desdeñables, más dignos.
La izquierda es pródiga en estampas prestigiosas: el cuerpo sin vida del Che sobre un piletón en La Higuera, por ejemplo, o Salvador Allende, casco en la cabeza y metralleta en mano, dispuesto a morir en la puerta de La Moneda. Las dos fotos recorrieron el mundo, con ese aval no es difícil declararse de izquierda. En un reciente reportaje, el escritor inglés Martin Amis se refirió a uno de sus últimos desvelos: los musulmanes. Dijo que “no había que dejarlos viajar, que había que limitar sus libertades y que había que registrar a todos los que tuvieran aspectos de originarios de Oriente Medio o de Pakistán”. Luego de ese dictamen no queda sino imaginar a Amis con un ejemplar de Mi lucha sobre su mesa de trabajo, leído y anotado. Nada de eso, Martin Amis proclama ser hombre de izquierda, “de izquierda racional”, dice.
Viví en España durante la transición del franquismo a la democracia. Cuando la dictadura quedó atrás, era común encontrarse con jóvenes que, alegremente, se declaraban anarquistas. No militaban en ningún partido, movimiento o cosa parecida. Resultaba divertido verlos y oírlos, con gesto adusto decían ser de izquierda, se decían anarquistas y decían estar contra esto y aquello, aunque poco tuvieran que ver con Unamuno y menos aún con Buenaventura Durruti. Estos iconoclastas fueron acertadamente delineados en los versos de una canción que entonces interpretaba Víctor Manuel: “Izquierdistas de café”, los llamó. El mote continúa vigente, al menos se puede aplicar por estas tierras. He oído de algunos artistas porteños que se dicen de izquierda y anarquistas. Desde ese venerable porte, apoyan la nueva ley de radiodifusión, el juicio y castigo a los genocidas, el fin de las AFJP y el reparto universal por hijo, pero invariablemente luego de la aprobación imponen la duda. La frase típica es “Sí, pero...” y de inmediato enumeran las fallas del Gobierno. Lo hacen con palabras solemnes y gestos patriarcales que se parecen mucho a las palabras y los gestos de esos predicadores que Biblia en mano cuestionan las cosas de la Tierra, amparados por el reino de los cielos. La sociedad anarquista es tan utópica como el reino de los cielos. Desde uno y otro sitio se puede brindar la bienaventuranza, pero en tanto el mundo sigue andando y la derecha, esa que disimula su nombre, sigilosamente avanza hacia el poder total. Antaño recurría a los cuarteles, ahora convoca a la Justicia. No olvidemos Honduras. Tampoco el Chile de Allende. Ciertos izquierdistas de entonces, con las mejores intenciones, cuestionaron su gobierno, sin advertir que con esas buenas intenciones abonaban el sangriento arribo de Pinochet. Le prestaron atención al árbol y no vieron el bosque. Mucho antes de eso, a mediados de 1946, en nuestro país se gestó una oposición similar por su extravagancia a la que hoy se proclama en las dos Cámaras. ¿Estamos repitiendo el mismo error?
Es hora de volver a llamar a las cosas por su nombre, de comprender de una vez por todas qué es la izquierda y qué es la derecha. No se trata de meras palabras para pronunciar en la mesa del café, son actitudes, modos de ver y de entender el mundo. Hoy izquierda en nuestro país significa un modelo que integra a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que impone el juicio y castigo a los genocidas y propone políticas de gobierno en beneficio de los que menos tienen. Derecha es el modelo inversamente opuesto, es el que contiene a la Pando y proclama el perdón a todos los asesinos de la última dictadura, es el que pretende retomar la fórmula neoliberal, con el consabido recorte del gasto público en perjuicio de los más necesitados. Es, en pocas palabras, lo que nos tocó vivir hasta los dramáticos episodios del 2001.
Las cartas están echadas, habrá que jugarlas aunque no tengamos el as de triunfo. La derecha seguirá alimentándose con señoras que son místicas un año y apocalípticas al siguiente, pero que destilan odio y rencor en todos los casos, y con señores que borran con el codo lo que minutos antes escribieron con la mano. Para la derecha y sus pactos valen los versos de aquel viejo tango que cantaba Charlo: “no te sorprendas si una noche de estas me ves pasar del brazo con quien no debo pasar”.
Sí sorprende que cierta izquierda esté colgada de ese brazo. “Ganamos por goleada”, se entusiasmó un senador conspicuo representante de la derecha. ¿cuándo comprenderán algunos honestos izquierdistas que están jugando en el equipo contrario? Tal vez va siendo tiempo de volver a poner las patas en la fuente.

lunes, 1 de marzo de 2010

Zoncera N° 12

"POLÍTICA CRIOLLA - POLÍTICA CIENTÍFICA"

El inventor de la zoncera "Política Criolla" fue Juan B. Justo.
En Prosa de hacha y tiza, bajo el título "Los novios asép­ticos de la revolución", cito una frase del profesor Silvio Frondizi que dice: "Hasta la aparición del Partido Comunista, el Socialista fue el único partido político argentino de base cien­tífica". Y comento: "Dado el éxito del Partido Socialista habrá que convenir que en la Argentina la ciencia sirve para todo menos para hacer política o que éste es un país anticientífico".
Lo último es lo que quiso expresar el maestro Justo cali­ficando como política criolla todo lo que no era científico según su parecer — y entre ello los partidos que le ganaban—; científica era la de los países cuyos partidos quería imitar don Juan B. Justo precisamente porque no tenían política crio­lla. No se le ocurrió pensar que los ingleses tenían política inglesa, los franceses francesa y los turcos turca. Lógicamente no podían tenerla criolla.
Para Juan B. Justo todo lo que venía de afuera era cien­tífico y lo que nacía adentro anticientífico, es decir criollo, que es una manera más científica de decir "aluvión zoológico" y "libros y alpargatas", o sea civilización y barbarie.
Todavía usted, paisano, oirá a algún viejo orador hablar de la "blusa del obrero". Es una expresión nacida de lo de política criolla, porque la imagen del obrero, para el "maestro", estaba dada por un sujeto con "blusa" y aquí el obrero resultó "descamisado". Ergo, éste no podía ser obrero porque el obre­ro no es tanto el trabajador manual como el tipo que usa blusa. (Bueno, no tanto los obreros, como los artesanos y pequeños burgueses que formaban el cuadro proletario inmigrante, ini­cial del "viejo y glorioso Partido Socialista").
La "blusa" de marras no era desde luego la corralera de nuestros paisanos, ni siquiera la chaqueta azul de nuestros ferroviarios. La "blusa", científicamente, es ese blusón de gran­des bolsillos que usted habrá visto, por última vez, en el cine al marido de "La mujer del panadero", que nuestros trabaja­dores se empeñan en no usar, primero, porque no son cientí­ficos, y, segundo, porque después de ver la película han ter­minado por creer que es un uniforme de cornudo.
Como en la época de la fundación del P.S. no había otros trabajadores industriales que una pequeña minoría, en su ma­yoría extranjera y más bien artesanal que obrera, el "maestro" Justo se encontró ante esta alternativa: o facilitar las condi­ciones para el desarrollo industrial que generase un proleta­riado científico, o aceptar el proletariado rural que existía, como trabajador socialista, lo cual era anticientífico. Esto último hubiera implicado hacer política criolla porque había que poner el partido al nivel histórico del criollaje para ha­cérselo accesible. La única forma de no hacer política criolla, es decir anticientífica, era limitar el desarrollo del partido al pequeño grupo que permitía hacer política científica y luego propender a la creación de condiciones para un desarrollo in­dustrial que generase trabajadores a nivel científico.
Hizo lo primero pero no lo segundo, porque para la polí­tica científica del Partido Socialista era inadmisible la protec­ción aduanera y la intervención del Estado burgués en la promoción del desarrollo industrial, porque el socialismo cien­tífico del "maestro", partía del principio científico de que ha­bía que hacer lo mismo que el socialismo de los países cien­tíficos, para los cuales la división internacional del trabajo redundaba en beneficio de sus trabajadores. En consecuencia, el "maestro" Justo fue liberal en economía, oponiéndose a la protección para mantener el bajo costo de las importaciones e impedir el desarrollo de una burguesía nacional, condición inseparable de la existencia de trabajadores industriales. Esto complacía mucho al socialismo de los países científicos que tenían interés, como los capitalistas de los países científicos, en el bajo costo de nuestras materias primas y en la importa­ción de sus manufacturas. En las Zonceras económicas se verá esto con mayor extensión.
Así, no pudo hacer socialismo con los trabajadores exis­tentes porque eran anticientíficos y se opuso a la creación de una industria que pudiera generar trabajadores científicos, porque eso hubiera sido contrariar al socialismo científico de los países donde daban las pautas científicas de los países dependientes.
De este modo, la "derecha liberal" y la "izquierda socia­lista" hacían el juego de la economía colonial en beneficio de las burguesías y los obreros de las metrópolis bajo la mirada comprensiva y estimulante de los políticos europeos viendo a la civilización en sus términos más opuestos, trabajar en contra de la barbarie criolla.
Como consecuencia de todo esto, en aquellas provincias del interior donde el desarrollo de una gran industria, vitivi­nícola y azucarera, pudo dar origen a un movimiento socialista, que efectivamente tuvo un comienzo prometedor, el socialismo se vio en la imposibilidad de progresar porque el medio obli­gaba a darle a la política características criollas que contra­riaban la ciencia política del "maestro". De tal modo Cantoni en San Juan, Lencinas en Mendoza, Bascary y Vera en Tucumán, Mateo Córdoba y Tanco en Jujuy, desplazaron a su favor las posibilidades del socialismo, aglutinando a los trabajadores en su lucha de ascenso por la simple razón de que como no eran científicos podían hacer política criolla.
En la pampa húmeda tampoco los trabajadores rurales reunían condiciones científicas y entonces el Partido Socialista intentó ser el partido de los chacareros arrendatarios que eran más científicos, pero también más clase patronal que proleta­riado. En la Capital pasó algo parecido, sobre todo cuando los movimientos de masas movilizaron a los trabajadores no científicos. Así ocurrió con el yrigoyenismo primero y con el peronismo después.
Si bien la política criolla en su origen le sirvió al "maestro" para denigrar los métodos antipopulares de la política oli­gárquica, la expresión política criolla adquirió su más alta y enfervorizada carga imprecatoria cuando las características anti­científicas de la política criolla trajeron la presencia de las masas al Estado. Tan es así que el "maestro", y después sus discípulos, para combatir la política criolla coincidieron ple­namente con la vieja oligarquía, convirtiendo al Partido So­cialista en el brazo porteño de la lucha contra la política criolla popular, de Yrigoyen y Perón.
Así la industrialización, que contrariaba el planteo eco­nómico antiproteccionista y antiestatista del Partido Socia­lista, venía a contrariarlo mucho más electoralmente al generar masas de trabajadores anticientíficos, que no se oponían, sino apoyaban la evolución burguesa del país. La lucha socialista contra la política criolla dejó de tener por objetivo la lucha contra la política criolla del pueblo, y desde entonces, el Partido Socialista limitó su destino a servir la política anti­popular. Así enfrentó primero al radicalismo y después al pe­ronismo, en lo que el cientificismo del Partido Socialista vino a coincidir con el otro partido político señalado por Silvio Frondizi como científico: el Partido Comunista. (Aquí además por consigna exterior).
Pero lo que interesa es señalar la vinculación de los ab­surdos doctrinarios del Partido Socialista con el supuesto pre­vio de civilización y barbarie, que es el que impidió al "maes­tro" y sus discípulos adecuarse a la realidad social.
El "maestro", como casi toda la izquierda de esa generación, partió desde aquella zoncera, y la expresión política criolla, no es más que una nueva calificación peyorativa de la realidad nacional. Sin este previo punto de partida peyorativo, serían imposibles de comprender estas contradicciones. Y sobre todo que sea peyorativo decir política criolla. Pero es lógico cuando la política y los intereses que se benefician son "gringos".